PRESENTACIÓN
“¿Qué seríamos sin la multiplicidad de pronunciamientos críticos, sin esta interrogación por el derecho, sin la reivindicación de la igualdad humana, sin el reclamo persistente por la justicia?”.
Arturo Borra
Arturo Borra
Me hundo en la palabra, la de todos los tiempos, me aferro al rayo de aliento que queda en pie, después del gastado aullido de alabanza.
No escribo para detener la guerra, solo para cortar la cadena que me hace cómplice, no canto para santificarme, es solo para que el llanto de los ríos teñidos por el dolor de la sangre derramada se calle.
He reservado mi último coraje, no para detener a las maquinarias militares, es solo para hipnotizar a mi conciencia que me acusa a cada instante.
Tampoco escribo versos para que cesen los crímenes del estado, es solo para desactivar la pasividad que en el día y en la noche me acompaña. No acaricio las palabras para ganar elogios, solo para sacudir la impotencia que me hace trizas, y viste mi agobiado corazón de harapos.
No esculpo símbolos para hacer obras de arte, es solo para tallar el alma en versos, la de mis hermanos caídos en desgracia… los que andan secuestrados.
Tampoco pinto paisajes de palabras para que el oro brille, es tan solo para no olvidar las tumbas donde yacen los ancestros.
No deseo ser erudita de las cosas que no entiendo, es solo preguntarle a los sabios:
“¿Para que sirve la vida si el hombre no puede escuchar el grito solitario del pájaro nocturno, ni el argumento de las ranas en el estanque? Dice Seattle Jefe Suquampsh Piel roja.
Yo lamo las silabas no para degustar sus mieles, es solo para sacudir la impotencia, cuando a mis muertos se les comercia, como performance de un espectáculo. ¿Para que sirve la vida sin el susurro del viento, sin la lluvia en libertad consagrada por el alba? Mi grito no es para reclamar democracia, es solo para llamar a mis hermanas moribundas de la guerra, las que mueren en ella sin decir palabra.
¿Qué sería el hombre? …un hilo, si no se une al otro para tejer la vida, en una colcha de palabras. “Todo lo que le ocurre a la tierra le ocurrirá a sus hijos” dice el Piel roja.
¿Dónde esta la libertad? Secuestrada
¿Dónde esta el jardín en flor? Violado, maltratado
¿Dónde esta la voz femenina? Amordazada
¿Dónde esta la voz de los sabios? En harapos, en aceras y olvidada.
Yo no escribo para detener la guerra, solo para curar la llaga que aquí se esconde bajo mi enjalma.
“El indígena ama la tierra,
como el recién nacido ama el latir
del corazón de la madre”.
Argumenta Seattle, en una carta enviada al presidente de los Estados unidos Franklin Pierce, cuando en 1885 le pidió que le vendiera sus tierras, esto para ensanchar el progreso. El respondió: “Nosotros preferimos el susurro del viento sobre la superficie de un lago.”
La voz del tambor tiembla, no para ritualizar la vida, pero si para exorcizar a la tierra. Cuando la contaminan las balas o yace en manos extranjeras. Las aves han emigrado, se parecen a sus dueños, exiliados están en favelas, en estuches de lata y en madrigueras.
“¿Como se pude vender el firmamento, el calor de la tierra?” Se pregunta el indígena que no entiende el proceder del hombre blanco.
Cada rincón de la tierra es sagrada, cada guayacán, cada ola del mar, cada riachuelo del bosque, incluso los insectos, la luna y las estrellas, todos somos hermanos y estructuramos el macrocosmos.
“La tierra no le pertenece al hombre, el hombre le pertenece a la tierra.” Dice el Piel roja.
Nuestra madre Gea, la Tierra, ahora está debilitada por la anemia de la pobreza. Está en cuidados intensivos, porque se ha desangrado por los agujeros que le han hecho, ¡tiene huracos en su corazón!. Sus oídos ya casi no escuchan, se han ensordecido por los decibeles de los truenos y relámpagos que despedazaron sus entrañas.
Necesita O2, sus pulmones los árboles, han colapsado con el olor a dinamita, arrojada por dos bandos: los hijos de la patria y los extranjeros, todos aquellos que no la asumen como propia.
“El hombre blanco no parece consciente del aire que respira, un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible a su propio hedor”. Dice el Piel roja.
La tierra tiene sed, “pasaran algunas primaveras y unos cuantos inviernos más” dice el jefe indígena.
No quedará si no aridez en los huesos, resecos por la ráfaga de injusticia que los ata, pasará igual a la suerte que corrieron nuestros antepasados, solo quedará en pie, un puñado de errantes mariposas, esos que no son de ninguna parte, ni pertenecen a nadie.
Como doncella Embera, llevo mi piel tatuada, no por los ritmos de la naturaleza, pero si por la rudeza de los barbaros, a quienes poco les interesa la vida de sus coterráneos.
Llevo el alma tatuada con el hambre despiadada, la que surca las tripas y mengua la esperanza de mis hermanas campesinas.
Como Chamán Chibcha, llevo en mi cuello collares, pero no de frutos de colores florecidos, si no del acero que aprietan mi garganta, cuando la noticia habla de un otro hermano desaparecido. No poseo el bastón de mando, solo los grilletes que nublan mis ojos ante la barbarie. A mi lengua la han borrado, a mi voz y a mi canto.
Vivo en un pueblo donde nos mataron a todos, a unos los enterramos.
Otros estamos muertos, sin saber que hacer. ¿Díganme que hago para no ahogarme, en el río de sangre que arrasa mi pueblo?
¿Qué sería de nosotras si no habitáramos en el poder de la palabra? ¿Qué sería de los otros, si no calzáramos sus zapatos?
Ellos son nuestros espejos y en ellos nos miramos.
Llevo tatuada el alma con la desigualdad de las riquezas, con la maquinaria bélica, con el desenfrenado egolatrismo, con la roída “Soberanía” de mi patria Colombiana.
Sigo escribiendo versos, no para que pare la guerra, es tan solo para excomulgar a los que fueron libertados…! hoy siguen arrodillados¡.
Siembro palabras niñas, no para cantar nanas, es solo por la lucidez colectiva, promesa de las libertades.
Rebusco palabras viejas, no para que termine la guerra, esto es solo por la costumbre de no ser visibilizadas. Ellas nunca se cansan digo, las palabras aunque la guerra no acabe.
Tallo palabras negras, no tanto para que sean vistas, solo es para dominar la miseria que esclaviza mis entrañas. Libero jergas, por mucho tiempo gastadas no es para que la guerra termine, es para que la grieta se tape.
Sigo escribiendo versos, no para hacer inventarios, es solo para asesinar el silencio porque en los estantes de mi cerebro no cabe. La voz se pone de pie, no es para menguar a la guerra, pues es ¡testaruda,¡ es solo para estar presente cuando hablen los vasallos, cuando la civilización amenace…
Sigo escribiendo versos…hasta que la muerte silencie mi boca, hasta después de que mi boca se calle, hasta que mi patria despierte, se liberte de la barbarie.
Sigo escribiendo versos…
Sigo escribiendo versos…
María del Carmen
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