CRUCE DE CAMINOS
Cuatro paredes, una ventana, el sol sobre la piel sin abrigo, miedo en el corazón y soledad arrebujada. Una hora para escapar del abandono. Un silencio que se mezcla con el sonido de un beso. Manos que flotan, dedos que se deslizan sobre el lienzo de una quimera. Los ojos se cierran para detener el instante. Una pierna quiere ser tenaza. Sudor en la frente y en la espalda. Una lágrima se detiene justo en el momento en el cual una melodía se asoma a los labios. La sábana cae y la cintura se contorsiona, se queda esperando una demanda.
Son dos extraños jugando a conocerse. Huyen de la verdad que tantas veces les ha sido revelada. Acallan el eco de historias pasadas porque hoy quieren embriagarse de ilusión. Atrás quedaron los demás. No importan sus demandas, ni siquiera sus ofrendas. El runrún de los motores quedó congelado. Esas cuatro paredes son ahora su único universo.
Pero la rabia está ahí, acechando, buscando salida por entre los intersticios del alma. Y ellos, ingenuos, se dejan atrapar por sus tentáculos. El lecho se vuelve un cuadrilátero. Los abrazos se parecen más a estrujones. Los dientes, como aguijones, punzan la piel. La lengua surca las cavidades que encuentra a su paso. Gimen como dos amantes aunque se parecen más a dos guerreros y no saben quién resultará vencedor.
Cuando la penumbra se extiende sobre el escenario, están exhaustos. Por un momento se miran a los ojos. Duele saber que no habrá mañana, que el tiempo, implacable, borrará las huellas, que no habrá palabras para conjurar la derrota, y que la victoria será para el olvido.
No habrá tregua. Como el soldado herido volverán a casa para restablecer los tejidos del cuerpo, aunque el alma siga supurando.
Sobre el manto oscuro que viste a la ciudad, caminan. En el cruce donde un día detuvieron sus miradas, giran hacia polos opuestos. Saben que no hay retorno.
Son dos extraños jugando a conocerse. Huyen de la verdad que tantas veces les ha sido revelada. Acallan el eco de historias pasadas porque hoy quieren embriagarse de ilusión. Atrás quedaron los demás. No importan sus demandas, ni siquiera sus ofrendas. El runrún de los motores quedó congelado. Esas cuatro paredes son ahora su único universo.
Pero la rabia está ahí, acechando, buscando salida por entre los intersticios del alma. Y ellos, ingenuos, se dejan atrapar por sus tentáculos. El lecho se vuelve un cuadrilátero. Los abrazos se parecen más a estrujones. Los dientes, como aguijones, punzan la piel. La lengua surca las cavidades que encuentra a su paso. Gimen como dos amantes aunque se parecen más a dos guerreros y no saben quién resultará vencedor.
Cuando la penumbra se extiende sobre el escenario, están exhaustos. Por un momento se miran a los ojos. Duele saber que no habrá mañana, que el tiempo, implacable, borrará las huellas, que no habrá palabras para conjurar la derrota, y que la victoria será para el olvido.
No habrá tregua. Como el soldado herido volverán a casa para restablecer los tejidos del cuerpo, aunque el alma siga supurando.
Sobre el manto oscuro que viste a la ciudad, caminan. En el cruce donde un día detuvieron sus miradas, giran hacia polos opuestos. Saben que no hay retorno.
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