jueves, 8 de octubre de 2009

POEMA DE ORIANA ABRAHAM. ASISTENTE AL TALLER DE LOS MIÉRCOLES.





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El día de tu deceso ya fue sentenciado.
Jamás dudaste en venir
pero tenias claro que era por poco tiempo.
Etéreo, como eras, no querías un cuerpo
sí sus experiencias.
Y no necesitabas vivir, pues ya existias,
sí zambullirte de lleno en la materia
y así experimentar, disfrutar o sufrir sus cambios
en la búsqueda de una nueva consciencia.

Y has llegado.
Parido en cualquier lugar más, no en una cuna cualquiera,
no de una madre cualquiera; ni de cualquier padre.

Llegaste del único modo que ya sabías de antes.
Lloraste al abrirte paso aquí.
¿Por qué?
¿Te dolió o lo celebraste y no pudiste contener el llanto?
Y luego, ¿cuántas veces maldijiste la vida?
¿Cuántas la bendijiste?

Conociste eso que llamaban carne y sus placeres
pero también sorbiste todo lo oscuro y bajo
que a veces la posee y te golpea tan inmisericorde
que la vida misma no alcanza sino para querer morirse.

La ternura y la crueldad cohabitan ahora en tí
aunque su destino era estar separadas
así como la vida y la muerte pero
¿no es cierto que vives y mueres al tiempo?

¿En realidad alcanzaste a diferenciar la cordura de la locura?
¿La felicidad del dolor?

Porque así como la felicidad te ha hecho llorar,
¿no has acabado riendo de tanto dolor?

Y con el tiempo apenas sí has comenzado a amar y descubres,
demasiado tarde quizá, que la vida no era sólo un estado
sino una actitud,
no era un pensamiento más sino una acción
y no se trataba de esperar a ser arrollado por el destino
sino de hallar tu visión y tu camino
en el corto lapso de tiempo que huye presuroso de los hombres.

Aprendiste que Amor es el más sublime de los sustantivos
pero que Dar es su más grande cualidad y, después de Amar,
es el verbo con más poder en el universo.

Y, justo ahora que comienzas a desaprender,
justo ahora que aprendes a amar, a dar y apreciar,
justo ahora que el verbo Agradecer comienza a adquirir sentido,
justo ahora que eres consciente de que te vas
dejas de maldecir, bendices, te aferras
hincando tu voluntad ante ese Poder que, esperas,
te dé algo más de tiempo hasta que sientas que
te has hallado a tí mismo y por fin -para comenzar de nuevo-
puedas renunciar
tal como sabías desde siempre que debías hacerlo.


ORIANA ABRAHAM
1.10.2009

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